Ya no huele a croquetas. Las guardé una sobre otra en un táper hace un rato y el táper lo metí en el primer cajón del congelador. Nos hará felices encontrarlas algún lunes por la noche en una de mis expediciones arqueológicas polares. Cuando ya no recuerde que estaban allí.
Nada se mueve en este salón-comedor-cocina-terraza. Fuera el viento hace que se mueva todo.
Escucho el motor de mi cabeza como una nevera en mitad de la noche. Un sonido vacío y metálico que es prácticamente silencio. La orquídea ha vuelto a florecer por tercer año consecutivo y cancanea sobre la mesa grande. Creo que merezco transitar mi proceso de ecdisis para dejar atrás la piel de jovencita mataplantas.
Tengo una vela encendida sobre la mesa. La llama está completamente quieta. Veo, a través de la botella de cristal larga y llena de agua, la televisión como un agujero enorme colgado en la pared. Mis manos sobre el teclado del ipad, dentro de la pantalla tú leyendo justo esto y, bajo el teclado, un cojín horizontal que calienta mis muslos. Por último (en realidad lo primero), el mar —de color gris plata— como una manta inabarcable que lo acoge todo tras el cristal de mi ventana.
He tenido que estar en casa estos días. He visto el mar de mil maneras. No me pesa el techo en absoluto. Creo que podría estar en casa sin salir durante semanas y no llegar a tener la sensación de que estoy bajo algún tipo de arresto. No necesito la agitación de las calles para sentir esos destellos de felicidad que suelen aparecer unos minutos al día. Puedo percibirlos también aquí.
En mi cabeza pasan cosas todo el rato; algunas felices.
Me he leído tres novelas (Ensayo general de Milena Busquets, La Marca de Fríða Ísberg y El descontento de Beatriz Serrano). He escrito cinco o seis notas largas que serán escenas o no serán nada en septiembre. Y ayer noche vimos una película que me hizo pensar y me gustó especialmente: El astronauta.
También publiqué un clip que titulé «Tiempo muerto». Sobre el vídeo en bucle escribí esto que sonaba en mi cabeza como una nevera en mitad de la noche:
«Hace unos años —puede que cinco o toda la vida— me daba cierto placer sentir los días llenos. Ahora me sostengo, sobre todo y especialmente, de vacíos. Este tiempo muerto me da la vida».