Estamos en una casa que no es mi casa, ni la casa de mi madre, es una casa ajena. Hemos pasado Nochevieja y Año Nuevo habitando todas sus esquinas, llenándola de recuerdos. No sé que extrañeza hay en eso de ocupar espacios de otros, de desconocidos. Me pasa que, al traspasar la puerta con los míos inundamos los vacíos de una corriente inevitable: la familia.
En esta casa —estos días nuestra— el mantel es verde ácido con un dibujo enredado. Le di la vuelta esta mañana para que quedara blanco y sin filigranas para poner el desayuno encima. Ya había demasiado ruido visual sobre la encimera. Necesitaba algo de silencio para estos ojos que mandan una información rizada a mi cabeza. Siempre busco un ambiente de música baja, la luz tenue (tres puntos de luz en las esquinas) y las personas hablando normal sin mantener las frecuencias en pico durante demasiado tiempo. Les mando bajar la voz cuando la cosa se dispara. Algunos se ríen o hacen bromas con mi manera de ser, lo entiendo.
Me molestan los sonidos prolongados, el único que soporto es el murmullo constante y no demasiado alto de la gente hablando en una cafetería, llena de vida y de historias; los platos chocando como si aplaudieran cuando los amontono en el aparador; el estallido de los fuegos artificiales pintando el cielo como la primera acuarela abstracta. Pero de lo que más disfruto es del silencio con la melodía de los murmullos cotidianos: la respiración de alguien durmiendo, la casa ordenada (ahí también habita el silencio) y el piano viviendo dentro de mis auriculares.
Pensaba que, con los años, —no recuerdo que me pasara de más joven— me había convertido en alguien raro. Una persona con necesidades poco comunes, buscando a diario paz visual y una banda sonora que le acompañe. Ahora sé que estos rasgos que me caracterizan y que a ratos me han hecho sentir incómoda, agitada, mal, me identifican como una persona altamente sensible. Descubrí que esto tenía un nombre hace unas semanas leyendo a María Fornet. Y aunque no soy demasiado de etiquetar, entender que en el mundo existen personas PAS y que es muy probable que yo lo sea, me ayuda a entenderme mejor.
Saber por qué me pasa lo que me pasa.
He empezado a leer El Don de la sensibilidad, un clásico con el que a veces me siento identificada y otras veces nada pero que está rellenando de certeza todos los huecos de incertidumbre que existían entre mis costillas en relación a esta forma de ser, esta personalidad de papel cebolla.
¿Tú haces pie en tu sensibilidad o a ratos estás en lo hondo?
Muchísimas Gracias Feliz año es un placer compartir la sobremesa 😊💫🥂
Tus palabras pintan cuadros. Precioso texto