Un iceberg en la mesa
Pág. 10 | La desnudez de todas las esquinas que nos mostramos al comer
Hemos salido a comer fuera. La mesa es de madera y los vasos se vuelven opacos con la brisa del mar. La luz se refleja en los platos blancos, vacíos de migas y hace dibujos en la pared. Sale humo del café descafeinado, hay dos polvorones almendrados de la panadería La Mallorquina. Coge, todavía no es Navidad en la Sobremesa pero parece inevitable. Quiero ver cómo comes, quiero conocer tus esquinas. Las mías las tienes saliendo del mantel como icebergs en todas nuestras Sobremesas.
La manera en la que comemos —no sólo el qué sino especialmente el cómo— es un círculo rojo con el centro blanco que señaliza con gran acierto cómo estamos. Incluso, ¿cómo somos? A grandes rasgos, puede que sí.
Nervioso, reflexiva, calmada, espitosa, despistado, impaciente, observadora, triste. No todos los ánimos tienen la misma relación con la comida, ¿no te ha pasado? Recuerdo que cuando tenía exámenes desayunaba rápido, mojando las galletas de tres en tres y dando sorbos a la leche fría tan largos que en dos gestos ya estaba el vaso vacío. Llorar por lo que sea y asaltar la nevera de manera compulsiva buscando chocolate. Descorchar una botella de cava para brindar de oreja a oreja.
A los 15 años, después de un seísmo emocional familiar que abrió grietas en mis paredes maestras, mi relación con la comida fue un caos. El reflejo exacto de la visión que sentía de mi alrededor. Cuando digo caos, digo masticar y vomitar, evitar comidas, comprar laxantes, notar una pelota al tragar y quererme vaciar entera.
Cualquiera que nos observe comer y, lo que creo más importante, tú misma prestándote atención al comer, descubrirás que este acto (socialmente tan placentero y complaciente) te está contando formas de ti que creías que no se veían.
Comer es mucho más que comer, es mostrar nuestras esquinas. Encontrarnos sin redondeces. Avistar el iceberg.
Ayer mientras esperábamos a que se quedara libre una mesa para comer un llonguet de trampó y ventresca en Es Vaixell, me quedé observando especialmente a un chico de gafas con una chaqueta azul y el pelo muy corto. No suelo ser de las personas que se sacan el móvil del bolsillo y deslizan la pantalla sin dirección en los tiempos muertos. Suelo llenarlos de miradas. Decía Caparrós en Comí «Alguien se preguntaba qué ve en las cosas el que las mira como quien sabe que ya no las va a ver o, incluso, sabiendo que ya no las va a ver. Quizá imaginó que las veía como quien mira por primera vez, con esa intensidad que sólo da lo extraordinario».
Ya sabes, la belleza de lo común.
Allí en el Portixol esperando nuestro turno, me daba placer ver la vida floreciendo en todas partes: una bici que pasa, como mueve ligeras las patas el perro que pasea aquel señor o la manera tan desacompasada y burda que tiene de masticar este chico.
¿Cómo será? ¿Cómo estará hoy que mastica matando?
Masticaba como dando puñaladas con los incisivos. Masticaba tan agresivo que a ratos se le escapaban incontrolables los trozos de pollo por las comisuras. El resto de acciones eran ¿normales? (¿qué es normal?), delicadas, un contraste exagerado: coger el vaso levantando el meñique, limpiarse a toquecitos con la servilleta, charlar con una sonrisa limpia, las piernas cruzadas, cerrar los ojos disfrutando del sol de mediodía. Y pam, ese comer tan cavernícola que no sé qué quería decirse.
La manera en la que comemos es casi como si nos estuviéramos mostrando en braïle.
Se nos puede tocar lo de dentro, al menos intuir con ciertas clarividencias. Cómo estamos justo en el preciso momento en el que cogemos —ya sea con las manos, con el cuchillo y el tenedor o directamente con la boca— la comida y empezamos a masticarla, haciéndola bailar en la boca, hasta convertirla en una masa uniforme.
No estoy hablando de educación, de si comes con la boca abierta dejando ver todas tus mierdas —que también, nadie quiere ver las mierdas del desconocido.
¿Cómo como?
La relación con la comida es mucho más que el acto concreto y enmarcado de deglutir. Es imposible discernir la forma en la que comemos y la forma en la que vivimos.