Hambre
Pág. 33 | «Esto también es escribir», me dijo.
Escribes aún cuando crees que no escribes.
Me pasó ayer durante todo el camino de Banyalbufar a Es Port des Canonge. Una hora y media caminando y escribiendo, aún sin teclas en las manos. La Serra de Tramuntana como un cuaderno de rayas bajo mis pies.
No había sitio al principio del camino. Estaban todos los coches colocados como las piezas del Tetris, como cuando se te acumulan unas cuantas mal y ya no hay manera de seguir haciendo líneas. Tuvimos que dejarlo al final de la cuesta. La mochila me pesaba en la espalda: dos bocadillos de tomate y queso, un tupper con uvas moradas sin pepita, dos botellas de agua, la toalla de rayas del color de la arena y dos libros que, al final, dejamos sin abrir.
Ha empezado octubre y aquí sigue siendo verano. Un verano de octubre. El sol muy amarillo y el agua del mar como cuando abres el grifo de la ducha totalmente a la derecha. Se disfruta al salir porque el corazón bombea por encima de la piel.
La excursión duró una hora y media hasta que llegamos al puerto y nos tumbamos a la sombra del embarcadero. Durante todo el camino —está claro que no llevaba un teclado en la mano— estuve escribiendo sin parar. El sonido de las deportivas crujían a cada paso rompiendo las ramas del suelo que sonaban como palomitas. Todos los azules del mar haciendo ondas, bailando la misma canción. Esa música zigzagueaba atravesando el bosque de pinos y rebotaba contra las rocas altas y grises que teníamos a la derecha, devolviendo otra vez el mar al mar. Porque si la música del mar llegaba hasta allí, yo también tenía el mar en la piel y en el pelo —que bailaba de la misma manera. Y entonces, yo también iba y venía del mar.
«Esto también es escribir», me dijo una vez. Y, desde entonces, he ido buscando los ingredientes que le dan significado a la frase.
Cuando observas. Cuando vives. Cuando escuchas. Si prestas atención y masticas el ahora, también estás escribiendo. Entendí que escribir una novela no es sólo picar letras o deslizar un boli con ligereza sobre una hoja en blanco. Escribir es masticar despacio, mirar su boca, escuchar. Mantener los oídos y los ojos, los pies y las manos abiertas. Y, sobre todo, dejar el futuro siempre para más adelante.
Tener hambre.

