La mesa esta llena de voces, algunas se pegan al mantel como una mermelada de naranja. Hay otras que burbujean, calientes. Algunas tienen el mismo color, de otras salen chispas y luego están aquellas que gritan, gritan en bajito. Vamos a ver qué dicen.
Cuando os conté esto mi madre me envío un enlace a una entrevista donde decía que aquellas palabras saliendo a gatas de la boca de Rosa Montero me iban a parecer espejos en los que me vería reflejada como si salieran de mi propia boca. Esta es la entrevista. Y así fue, me vi saliendo de la boca de Rosa Montero casi palabra por palabra.
El cableado de la cabeza de cada una es el que es. Viene de base. No es una certeza, es algo en lo que creo: fe. Antes no pensaba así. Creía que cualquiera podía ser lo que quisiera al nivel que quisiera si ponía empeño, ganas y constancia. Sí, la constancia para mí es la clave: el talento va segundo. Como dijo Geraldine Chaplín: «¿Talento? Hay demasiado talento por todas partes. Trabaja y mátate a trabajar.»
De la misma manera ahora no creo que cualquiera que escribe pueda llegar a ser Virginia Wolf sólo por el hecho de entregarse a ello con constancia. No todo el mundo puede ser todo. Lo hablábamos la semana pasada con María aquí. Y fíjate que me ha costado llegar a esta conclusión —e incluso me da pena—porque siempre he sido una persona que ha creído en las varitas; menos mal que todavía me quedan los sueños.
María —al igual que Rosa y también yo— sostiene que el cableado de cada persona es el que es y por eso unos tenemos unas limitaciones en un área y otros en otra. Y yo añado —en realidad lo añade Rosa— que de alguna manera coinciden los colores y formas del cableado de las personas creativas. Es decir, que tenemos un cableado similar y por eso hacemos lo que hacemos. Mejor o peor pero tenemos cierta facilidad y, sobre todo, la necesidad de expresarnos de manera artística: escribiendo, dibujando, qué se yo.
¿De qué cables estás hecha? ¿Te ha pasado? Mirando desde dentro, con toda la honestidad que existe en la humedad de una misma: me he sentido una tía rara, demasiado sensible, maniática, con miedos cotidianos: el tronco de un árbol hueco. Siempre he creído que construir una corteza gruesa y arrugada, llena de nudos y surcos me podía proteger de la quema social. Tonterías. Pero déjame, creo en las tonterías. He estado demasiados meses tomándome la vida como algo serio y no creo que nadie sea capaz de salir cuerdo de ahí. A veces lo cables cortocircuitan.
Dicen por ahí —no sé si será así— que la mayoría de las psicólogas y psicólogos empiezan a estudiar la carrera porque están buscando respuestas a sensaciones propias. Yo quería estudiar psicología por esa misma razón. No lo hice y al final encontré mis respuestas en la comunicación: las palabras también nos curan.
Bueno, lo que quería contarte en esta Sobremesa es que llevo algunas páginas de El peligro de estar cuerda y me es imposible parar, una cucharada detrás de otra de todas esas letras que resuenan tanto.
No sé por donde irá pero ojalá sea una bandera ondeando que la locura no es aquello que nos contaban en las películas; que todos estamos locos, pero también cuerdos.
No sé si me explico. No sé si quiero explicarme más. Lo hacen mejor estas respuestas, mucho mejor.